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Del tópico a la utopía

Actualizado: 6 nov 2019

Las encuestas señalan que una inmensa mayoría de los españoles siente aburrimiento por la política. A mí lo que más pereza me da es ese mantra machacón y pegajoso de que "todos los políticos son iguales". Iguales en defectos, se entiende: interesados, soberbios, egoístas, mentirosos... Gente con la que no compartirías ni el palo rancio de las bolsas de pipas.


No, todos los políticos no son iguales. Los hay entregados, humildes, generosos, honestos... Gente con la que intercambiarías confidencias sin pudor, cerveza en mano. Sin embargo, entiendo las reservas construidas por el imaginario colectivo. Las comprendo porque, al menos en mi caso, coincide que todos esos representantes buenos que conocí decidieron en un momento dado alejarse drásticamente de lo público, o sus partidos los desterraron sin causa aparente o, en caso de mantener aún cargo, son sirvientes cada vez más envejecidos, tristes y hastiados.


En 1887, el historiador británico Lord Acton escribió una frase que pasó a la historia: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Hay quienes se han empeñado, sin embargo, en demostrar los matices de esta contundente y generalizada aseveración. Por poner un ejemplo, un grupo de investigadores estadounidenses de la Universidad de California del Sur concluyó que el poder hace a las personas menos justas, y empuja a cometer actos inmorales, solo cuando cae en manos de gente que estaba acostumbrada con anterioridad a puestos sin ninguna responsabilidad. Según el análisis, “nuestros hallazgos demuestran que el hecho de tener un poder que no corresponde a tu estatus, ya seas un soldado o un estudiante que participa en un experimento, puede ser un catalizador de comportamientos denigrantes ajenos a la buena voluntad”.


Este interesante estudio da mucho que pensar ahora que tanto se habla del triunfo de la mediocridad. Politólogos, sociólogos y comunicadores que saben del tema bastante más que yo ya han advertido de que nuestro sistema aúpa a los "listillos". Esto no es algo que pase solo en la política, pero en política se nota más. Porque la política es la cosa más seria del mundo, aunque haya quienes se empecinen en convertirla en un circo.


Una de las principales quejas sobre los partidos de siempre es que se habían convertido en agencias de colocación destinadas a fichar a personas sin más perfil profesional que su familia política. Los nuevos tampoco escapan ahora a la crítica de la medianía. Aun con discursos de regeneración, con listas abiertas, con pluralidad en las aptitudes y trayectorias de candidatos y asesores, parece ir a más la máxima de "quien se mueva, no sale en la foto" que patentó en los 80 Alfonso Guerra. Dentro de las propias formaciones se reconocen los apaños, las intrigas, las cuchilladas... Una batalla en la que ya sabemos quiénes se manejan exquisitamente y quiénes acaban recogiendo del suelo los jirones de su código ético.


Dicho esto, nunca ha habido democracia sin partidos. Necesitamos volver a creer en los partidos para creer en los políticos, y para conseguirlo necesitamos líderes. De los de verdad, no esos candidatos estéticos aupados por el tremendo fenómeno de la personalización de la política, la ceguera de los focos y los populismos. Me refiero a personas capaces de convivir con la innovación, con las propuestas diferentes, con la crítica, que recuerden que consiguieron su cargo arropados por el grupo, que cuiden la estructura para que los puestos de coordinación y responsabilidad sean asumidos por personas con el mismo compromiso... Gente coherente con sus principios y ambiciosa en su objetivo de servicio público que atraiga el talento antes de centrifugarlo o convertirse en una marioneta más.


Y yo creo que los hay, pero que requieren nuestro apoyo, saberse parte de una red ciudadana exigente pero colaboradora, con ganas de regenerar las maneras de hacer política, de dignificarla, de recuperar valor público. CLIP va de eso. Una carrera de fondo entre diferentes, del tópico a la utopía.


Y a veces también quedamos para tomar cerveza. Y lo pasamos pipa.


Jaione Sanz

Periodista


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