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El hecho social como punto de partida de los proyectos políticos

El hecho social es siempre conocido y entendido por todos los individuos de la colectividad, y son éstos desde su individualidad quienes lo comparten o se posicionan al respecto, a favor o en contra. De esta manera se retroalimenta el proceso: los hechos sociales influencian a la gente y la gente genera y condiciona la dinámica social. Los nacionalismos, las movilizaciones sociales, la crisis económica... Todos ellos caben dentro de este término, que Emile Durkheim, uno de los padres de la sociología moderna, ya definió hace más de un siglo.


Entender y diagnosticar lo que es un hecho social de manera objetiva es analizarlo en el momento en el que se da, cronológicamente hablando, y en todas sus dimensiones, ya sean culturales, económicas, medioambientales o políticas. Y debe ser el punto de partida para articular cualquier proyecto político en la actualidad.


Los partidos tradicionales tratan de buscar en los fenómenos sociales su visión de lo que "fue" y de lo que "debería ser" al trasluz de sus ideas preconcebidas, generadas o no a partir de un hecho o un momento que no tiene nada que ver con la actual coyuntura. Esto plantea un gran problema a la hora de activar políticas concretas. Al no haber interés en entender las demandas sociales, su acción política se desarrolla en el campo de la demagogia y la desinformación para instalar su visión anacrónica y absolutamente carente de sensibilidad para articular las políticas públicas necesarias.


Esta forma de funcionar en los partidos de viejo cuño es entender tan solo los intereses de las viejas élites políticas y económicas que si encajan en su ideario. Más allá de estos idearios carpetovetónicos todo es ilegitimo y hay que “meterlo en vereda”; es decir, forzar de manera coercitiva incluso, lo que en la sociedad lleva gestándose probablemente durante tiempo mediante procesos complejos. Tristemente tenemos ejemplos recientes de esto. En Cataluña, llevamos ya mucho tiempo viendo cómo a golpe de porra y con la certeza que da una ley y un sentimiento nacional inmutable en la mano (pero que muta rápidamente cuando interesa), se aborda un problema político constatado en un hecho sustentado por una gran masa social: casi la mitad de la población catalana reivindica su derecho a decidir.


Una forma nueva de hacer política debe diseñar su proyecto sin la rigidez de manual de los partidos viejos y debe ser absolutamente permeable a lo que acontece entre los ciudadanos. Quizá no siempre acierte, pero siempre mandará la convicción de que es la sociedad la que educa y moldea a los políticos y sus acciones y no al revés. Frases tan recurrentes como las que se oyen últimamente en las tertulias en torno al “relato” (que a nadie se le escape que este término puede ser sinónimo de cuento), “la lucha mediática por instalar el relato”, “la batalla por el relato”, son una evidencia de la perversión en términos políticos sobre esta cuestión. Una vez más, el acierto en el diagnóstico de lo que pasa entre la gente parece no importar. Existe una verdad objetiva y no es en absoluto trabajo del “ministerio de la verdad” de Orwell señalar cuál es.


Por poner un ejemplo bastante gráfico, cuando se dan los datos de afluencia en una manifestación, nos olvidamos de que entre el dato numérico que enarbolan unos y el dato que esgrimen sus rivales, existe un dato real y objetivo que nadie anuncia y que parece no preocupar. A ese dato nos referimos cuando hablamos de hecho social y su análisis objetivo para establecer mejores políticas.


La clave del éxito relativo de algunos de los nuevos partidos ha sido tener la sensibilidad necesaria para leer las demandas ciudadanas y el momento social. En medio de esa “pelea por el relato”, deformando argumentos, estirándolos hacia un lado y hacia otro, buscando que encajen en un viejo ideario, estos partidos han entendido, o en un momento dado entendieron, el momento y la potencia transformadora del hecho social (como pudimos ver con el 15 M) y apostaron por lo que acontecía realmente en las calles, sin tratar de domesticarlo o “cocinarlo”, como dirían los profesionales de la demoscopia.


Desde la clave de escuchar, observar y entender los acontecimientos sin sesgos de viejos manuales, se conciben soluciones viables y coherentes. Conceptos como la innovación social, nuevos modelos organizativos o la creatividad y la tecnología aplicada a contextos sociales y políticos deben incorporarse con inmediatez a la acción política.


En una sociedad de 2018, plural y compleja, que mira hacia el futuro, las propuestas políticas no vienen en recetario. Nacen de la observación y la sensibilidad social. La sociología y las dinámicas sociales, al igual que los ciclos económicos o las variables macroeconómicas, son un hecho objetivo sobre el cual se tiene que fundamentar la democracia actual. El debate o la dialéctica no tienen que estar en ver quién vence con su discurso, como algo que discurre paralelamente a lo que acontece en la sociedad, si no en ver quién es más acertado en su diagnóstico y cómo se proponen soluciones con un objetivo muy concreto, que es definir de manera muy nítida las demandas y las inquietudes de una sociedad que pide a gritos una nueva forma de hacer política.


Fernando Iglesias

Sociólogo y gestor cultural



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